Este verano tuvimos la oportunidad de conocer Zaragoza, la parada perfecta entre Valencia y el País Vasco. Esta ciudad nos sorprendió no solo por su riqueza histórica, sino también por su impresionante oferta gastronómica. Sin duda se merece una visita más detenida.
El día fue una combinación perfecta entre pasear por sus calles repletas de monumentos y disfrutar de sabores que deleitan el paladar con la esencia de la tierra aragonesa. Nuestro recorrido comenzó en la majestuosa Plaza del Pilar, donde quedamos maravillados con su imponente Basílica. Si vas, no dudes en entrar para ver su interior; es realmente impresionante.
Tras la visita, decidimos hacer nuestra primera parada gastronómica en una de las cafeterías cercanas. Allí, mientras disfrutábamos de un delicioso café (y un chocolate calentito los niños), probamos unos buñuelos recién hechos, cuya masa crujiente y ligera fue el comienzo perfecto para nuestra aventura culinaria.
Como somos un poco golosos, también compartimos entre los cuatro un pastel ruso, un dulce que se deshace en la boca y que, sinceramente, se ha convertido en uno de mis favoritos; y unas Frutas de Aragón, que fueron un gran descubrimiento sobre todo para los niños.
Zaragoza, cultura y gastronomía
Después de visitar el Museo Goya, nos dirigimos a El Tubo, una zona emblemática de la ciudad repleta de bares de tapas. El ambiente vibrante y lleno de vida nos invitó a tomar el aperitivo. Probamos desde las clásicas migas aragonesas y el rico jamón de Teruel hasta creaciones más modernas, cada una con un toque especial que las hacía únicas.
Buscando un momento de tranquilidad, nos dirigimos a la Plaza de la Justicia, donde encontramos un restaurante que ofrecía un menú tradicional aragonés. No pudimos resistirnos a pedir el ternasco de Aragón, un plato emblemático de la región.
Por la tarde, estuvimos paseando por la Calle Mayor, una de las arterias principales de Zaragoza, disfrutando de la arquitectura que nos rodeaba. Después nos dirigíamos hacia nuestro apartamento cercano a la Puerta del Carmen (no era el más céntrico pero merecía la pena por lo bonito que era y el precio que tenía para una noche), aunque antes de llegar decidimos darnos un capricho en una cafetería – pastelería tradicional cercana.
Dulces típicos de Zaragoza, la Trenza de Almudévar
Allí, descubrimos algunos de los dulces típicos de Zaragoza, en especial la famosa Trenza de Almudévar, una auténtica joya de la repostería aragonesa. Este dulce, elaborado con masa de hojaldre, relleno de cabello de ángel y bañado en azúcar, ofrece una combinación de texturas y sabores que es simplemente irresistible. El contraste entre lo crujiente del hojaldre y la suavidad del relleno hizo que cada bocado fuera una experiencia única.
Estábamos a punto de comprar una para llevarla a casa cuando una vecina de la ciudad nos comentó que cuando su familia, que vive fuera de Zaragoza, quiere disfrutar de una trenza, suelen pedirla desde casa ya que también tienen el servicio de pastelería a domicilio, son artesanos y unos verdaderos expertos en dulces aragoneses.
Siguiendo su consejo, hicimos un pedido a nuestra vuelta y en unos días estábamos compartiendo este delicioso dulce en una cena con amigos. Llegó en perfecto estado, mejor que si hubiese viajado con nosotros desde Zaragoza hasta el País Vasco y luego hubiese vuelto a Valencia, con el calor que hace…
Terminamos nuestro día en la ciudad cenando en un restaurante en la calle Don Jaime, donde nos recomendaron probar el cardo con almendras, un plato con ingredientes sencillos pero llenos de sabor, que te hacen sentir la conexión con la tierra.
Un delicioso viaje a Zaragoza
Zaragoza nos ofreció mucho más que una simple visita turística. Fue un auténtico viaje para los sentidos, donde cada monumento, cada calle y cada plato contaba una historia. Sin duda, es una ciudad que recomiendo visitar, no solo por su patrimonio histórico, sino también por su rica tradición gastronómica, que deja huella en el corazón y en el paladar.